Romário tiene la mirada perdida. Ha vuelto a Barcelona, su ciudad preferida, después de Rio de Janerio, claro. Está sentado en un sofá de un pasillo de una planta de un hotel, el Princesa Sofía de Barcelona. Este en qué llegó a vivir incluso en su época de jugador azulgrana. Ha vuelto para celebrar el centenario del Barça. Ha vuelto, en realidad, para dejarle un último mensaje a Cruyff, el técnico que lo rescató de la fría Holanda (1993) para convertirlo en el que siempre ha sido: un dios del gol.

Lo sacó del frío y lo puso en el Brasil de Europa. Habla Romário, con el chándal azul del Brasil puesto, escucha David Torras en el tierra del pasillo y en el aire quedan estas palabras que necesitaron cuatro años para ser pronunciadas. «Cuando veáis al míster dadle las gracias, ¿de acuerdo?» Sí, Romário. El mismo que se peleó con Cruyff, el mismo, y casi único, que le hizo frente – «tú no eres mi padre», llegó a decirle-, estaba en Barcelona, junto al Camp Nou evocando los mejores días de su vida junto a Cruyff. Este que le volvió al Brasil para ser campeón del mundo en los Estados Unidos ’94 y que, después, nunca más lo tuvo. Volvió después de ser tetracampeón a Los Ángeles y apenas estuvo unos meses. Volvió su cuerpo, pero no su alma.

Cuatro años más tarde, el abril de 1999, Romário explicó al Periódico su vida de culer: «Me fui por nostalgia, sino seguiría jugando al Barça. Tenía ganas de volver a Río, sólo los que conocen Río me pueden entender-«. Acabada la entrevista, camino ya de su habitación, con este andar extremadamente pausado, adormilado casi, Romário se giró: «¡Decidle esto al míster! Y el míster supo años después de que Romário lo adoraba.» El dream team es el mejor equipo en el cual he jugado, mejor incluso que el Brasil que ganó el Mundial del 94. Técnicamente, aquel equipo era fantástico y tácticamente también. Y estaba dirigido por un genio «.

Marcos López (El Periódico de Catalunya)